Cosas que oprimen. Cosas que son las culpables de todo lo demás. Pero son cosas que a nadie puedo contar. Ni a mis padres, ni a mis más queridas profesoras, ni a la psicóloga, ni a mis amigos, ni a mi novio. Ni siquiera aquí.
Entonces, ¿qué hago? Me destruye por dentro. Me quema. Me abrasa. Puede conmigo. Eso y todo puede conmigo. Y yo no puedo luchar en su contra. Necesito ayuda. La estoy pidiendo a gritos pero nadie puede oírme. Nadie oye mis súplicas, nadie las entiende realmente como son. No culpo a nadie. Yo realmente no sabía qué ocurría hasta ahora. Y aún no lo sé. Y ojalá no sea realmente lo que he descubierto que es. Pero me temo que lo sea.
Cuando no tengo a nadie con quién contar, a quién contar todo eso, ¿qué me queda? Es un monólogo en mi cabeza día tras día, noche tras noche. Un monólogo que aflora sobre todo en el lugar más reconfortante de la casa.
Cuando nadie tengo a quién contar, ¿qué me queda? Me queda llorar bajo el chorro de agua caliente. Eso me queda.
Que los lobos protejan vuestros sueños.
K.
No hay comentarios:
Publicar un comentario