Lancé el boli sobre la mesa. “¡Estoy harta!” Grité sola en
mi habitación. De haber sido esta más grande, el eco me habría ahogado. Vi mi
agenda sobre la mesa, llena de citas y encuentros a los que ya no acudiría.
Estaba cansada de todo. Harta de componer esas canciones.
Era la hora de vivir mi vida.
Me asomé a la ventana y miré fuera. Era una noche fría, como
las que a mí me gustaban. Me senté en el alfeizar con los talones desnudos
pateando suavemente los ladrillos, y aspiré el aire. Una ráfaga heló mis
pulmones. Aire puro.
En ese momento algo se congeló sobre mi mejilla. Una pequeña
gota de agua. Sin embargo no llovía. No, las gotas no eran de eso. Otra gotita
cayó mientras yo miraba a todas partes y a ninguna a la vez. Otra. Y otra. No
tenía intención de impedirles caer al vacío o congelarse a medio camino. Ese
era su camino. También éste era el mío.
Pronto, dejaron de caer.
Era la hora de vivir mi vida.
O quizás,
de no vivirla.
Que los lobos protejan vuestros sueños.
K.
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